INFILTRACIONES SACROILÍACAS


¿Qué es?

La infiltración sacroilíaca se utiliza para tratar el dolor que se origina en la articulación sacroilíaca, que une ambos lados del sacro (el último hueso de la columna) con la pelvis. En ocasiones, esta técnica puede ser usada con función diagnóstica, para confirmar que la articulación sacroilíaca es el origen de un dolor referido por el paciente, antes de plantear un posible tratamiento quirúrgico. Las causas más frecuentes son el desgaste (artrosis) y la inflamación, que se pueden producir por la edad o por enfermedades reumáticas. Aunque, también existen otros factores como el esfuerzo físico excesivo o esfuerzos de repetición, que influyen en la presencia y grado de esta degeneración. El dolor referido por los pacientes se extiende por la zona lumbar baja, los glúteos y la cara posterior de los muslos hasta la flexura de la rodilla.

¿Cómo se realiza?

La infiltración sacroilíaca consiste en inyectar, mediante una aguja larga y fina, un anestésico local mezclado con aniinflamatorios (corticoides), en el espacio articular sacroilíaco. Estos fármacos disminuyen la inflamación local y bloquean la sensación de dolor que se transmite desde la articulación al cerebro. Este tratamiento puede ser molesto, ya que se puede reproducir el dolor que sufre el paciente, incluso en algunas ocasiones con mayor intensidad que el habitual.

Tratamiento

El tratamiento se realiza en quirófano, pero sin anestesia general. Puede administrarse sedación farmacológica, para que el paciente se encuentre más relajado.
Durante el procedimiento, el paciente está tumbado boca abajo. Primero, se inyecta anestesia local en la zona de la punción, para disminuir las molestias. Después, se introduce la aguja de tratamiento dentro de la articulación bajo control de rayos X.

Antes de infiltrar los fármacos, se inyecta un contraste radiológico, que con la ayuda de los rayos X, nos permite asegurar que no se administran los fármacos dentro de un vaso o del sistema nervioso, y que estamos dentro de la articulación que queremos tratar.

Generalmente, se trata de un procedimiento sencillo y rápido, unos 15 – 20 minutos. En ocasiones, si la articulación del paciente se encuentra muy desgastada, puede ser más largo. Una vez realizada la infiltración, el paciente puede sentir sensación de adormecimiento en la zona de la punción. Estas manifestaciones suelen ser transitorias. Tras la finalización del tratamiento, el paciente pasará un rato en observación, y si no hay complicaciones se podrá ir a casa el mismo día. La mayoría de pacientes pueden hacer una vida casi normal desde el primer día, pero se recomienda un reposo relativo las primeras 24-48 horas.

Los pacientes pueden presentar una mejoría del dolor inmediatamente después de la infiltración. Sin embargo, algunos no notan de verdad el efecto beneficioso hasta pasados unos días. El éxito de este tratamiento depende, además de la experiencia del médico que lo realiza, de un buen diagnóstico del origen del dolor.
Para eso, es imprescindible evaluar de forma correcta los síntomas, llevar a cabo una exploración física y neurológica detallada, y realizar las pruebas de imagen adecuadas para cada paciente. Aunque, como ya se ha comentado, estas infiltraciones pueden ser utilizadas como una herramienta diagnóstica.

Si el paciente presenta una mejoría mantenida del dolor después de la infiltración, podrá comenzar un programa de fisioterapia y rehabilitación para reducir más el dolor y devolver al paciente a los niveles normales de actividad.
Es importante saber que aunque la técnica esté bien realizada, y el paciente haya notado una mejoría muy importante tras la infiltración, su efecto puede disminuir con el paso tiempo y el dolor puede volver a aparecer. En este caso es posible plantear repetir el mismo procedimiento, puede repetirse hasta tres veces por año. Sin embargo, habrá que valorar cada paciente de forma individual para decidir la mejor opción de tratamiento.

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