GLIOMAS EN ÁREAS FUNCIONALES DEL CEREBRO
¿Qué es?
Los gliomas son tumores que se originan en las células del tejido nervioso, cuando una de estas células crece y se divide de forma incontrolada. Estos tumores se encuentran entre los tumores más frecuentes del Sistema Nervioso Central.
Los gliomas se clasifican en astrocitomas, oligodendrogliomas y oligoastrocitomas. Esta clasificación está basada en el aspecto de las células tumorales bajo el microscopio. Sin embargo, la clasificación más importante de los gliomas diferencia entre cuatro grados en base a la agresividad del tumor. Los de grado 1 son tumores benignos, puesto que raramente crecen y muchas veces se pueden curar tras la extirpación quirúrgica completa. Los grados 2, 3 y 4 tienen una serie de características comunes que definen su comportamiento: 1) se les denomina gliomas difusos, puesto que no tienen un margen bien definido, sino que sus células infiltran el tejido cerebral normal. Esta característica es la responsable de las grandes dificultades en el tratamiento de estos tumores. 2) Cuanto mayor es el grado más rápido es el crecimiento y más difícil es el tratamiento. Por eso, al grado 2 también se le llama glioma de bajo grado y a los grados 3 y 4 gliomas de alto grado. 3) Estos tumores no permanecen estables, sino que crecen de forma constante a lo largo del tiempo si no son tratados. 4) A lo largo de los años, las formas de menor grado tienen tendencia a transformarse en formas de mayor grado (grado 2 en grado 3, y este a su vez en grado 4).
Más del 80% de los gliomas de bajo grado se localizan en las llamadas áreas elocuentes, que son las regiones cerebrales importantes para funciones del lenguaje, movilidad, tacto o visión. El tratamiento de estos tumores entraña especial dificultad puesto que además de eliminar el tumor debe evitar dañar la función, y por tanto causar secuelas que deterioren la calidad de vida. El tratamiento de estos tumores en zonas funcionales ha mejorado mucho en los últimos años gracias a una mayor experiencia de los profesionales sanitarios, a la creación de centros especializados en el manejo de estos tumores, y a la aparición de importantes ayudas tecnológicas.
¿Qué síntomas ocasionan?
Estos tumores habitualmente aparecen en personas entre 25 y 50 años. El síntoma de presentación más frecuente es una crisis epiléptica, que lleva al diagnóstico del tumor. Una convulsión o crisis epiléptica es un evento súbito y de unos segundos-minutos de duración en el que hay síntomas cómo movimientos involuntarios de una parte del cuerpo o dificultad para hablar. En ocasiones puede acompañarse de pérdida de consciencia. Una vez terminada la crisis, el sujeto recupera por completo su situación previa. Para evitar nuevas crisis se comienza un tratamiento mediante fármacos antiepilépticos. A lo largo del tiempo es posible retirar este tratamiento antiepiléptico, si el tumor se trata adecuadamente y no se presentan nuevas crisis epilépticas.
Con frecuencia el tumor se ha originado varios años antes de aparecer los síntomas, de modo que pasa inadvertido durante mucho tiempo. Durante esta larga etapa, previa al diagnóstico, son frecuentes trastornos cognitivos que muchas veces no son detectados por la familia ni por el propio paciente, pero que pueden afectar significativamente la calidad de vida. Estos trastornos consisten en pérdida de memoria, dificultad para la concentración, dificultad para acordarse del nombre de personas conocidas, o dificultad para la lectura. La exploración neurológica general realizada por el médico en la consulta es con frecuencia rigurosamente normal, por lo que es muy importante realizar una evaluación neuropsicológica para detectar estas alteraciones. Este examen consiste en un conjunto de test que permite evaluar en detalle la función del lenguaje, escritura, lectura, concentración, atención, memoria, visión, y otras muchas funciones cognitivas. Además, estos estudios deben repetirse después de haberse completado los tratamientos, para comprobar que no se han provocado daños en ninguna de estas funciones cerebrales.
¿Cómo se diagnostica?
La resonancia magnética es la prueba de imagen que aporta más información para el diagnóstico. La resonancia magnética se trata de una prueba segura e indolora, que utiliza un imán muy potente para crear imágenes muy detalladas del cuerpo. Esta prueba permite localizar la lesión con precisión, estimar su tamaño, y analizar las relaciones con el tejido cerebral sano que lo rodea.
Las secuencias más sofisticadas de resonancia magnética (espectroscopia, difusión, perfusión, etc.) y otras pruebas como el PET (tomografía por emisión de positrones) nos ayudan a orientar el diagnóstico del tipo de tumor. Sin embargo, ninguna de estas pruebas tiene la fiabilidad suficiente para el diagnóstico definitivo, siendo necesaria la obtención de tejido y su análisis al microscopio para establecer un diagnóstico preciso del tipo y grado del tumor. Además, el análisis del tejido permite obtener los marcadores genéticos que nos ayudan a predecir el comportamiento del glioma y a guiar el tratamiento posterior.
Se puede obtener tejido del tumor mediante una biopsia estereotáxica. Consiste en la punción del tumor con una aguja guiada por imagen, lo que permite obtener una pequeña muestra del tejido. Este procedimiento es muy bien tolerado por el paciente, pero tiene una limitación muy importante: baja fiabilidad para el diagnóstico. Esto es debido a que el tejido que compone estos tumores es heterogéneo, de modo que mediante la biopsia de una pequeña zona se puede obtener una muestra que no sea representativa de todo el tumor. Esto puede llevar a un diagnóstico erróneo de glioma de bajo grado, cuando en realidad se trata de un glioma de alto grado.
Por todo lo anterior, en la actualidad se considera que el diagnóstico definitivo de los gliomas de bajo grado sólo puede obtenerse mediante el estudio del tumor al microscopio tras la extirpación quirúrgica.
En los gliomas de bajo grado en áreas elocuentes, además de diagnosticar el tumor tendremos que localizar las áreas importantes para la función, para así planificar el tratamiento y evitar secuelas. Una de las técnicas para localizar la función es la resonancia magnética funcional. Se trata de un estudio de resonancia magnética en la que el paciente realiza tareas como hablar o mover los brazos. Se registran las áreas de activación del cerebro, lo que permite obtener un mapa de las funciones cerebrales. Esta información es muy importante, pero no se puede utilizar como única guía para planificar el tratamiento porque no tiene la precisión milimétrica necesaria para tratar el tumor sin dañar las zonas de función.
La tractografía por tensor de difusión es otro estudio de resonancia magnética que permite estudiar las conexiones del cerebro, es decir “los cables” que transmiten la información de un sitio a otro del sistema nervioso. De esta forma se puede saber si el tumor ha cortado alguno de estos “cables” causando un daño en la función.
¿Cómo se trata?
El tratamiento actual de los gliomas en áreas funcionales es multidisciplinar, es decir que para planificarlo y realizarlo correctamente es imprescindible la participación de un grupo de profesionales especializados en el tratamiento de estos tumores. El equipo lo forman las siguientes especialidades: neurocirujanos, neurólogos, oncólogos médicos, oncólogos radioterapeutas, anestesiólogos, radiólogos, neuropsicólogos, logopedas, neurofisiólogos, especialistas en medicina nuclear y patólogos.
El primer paso en el tratamiento es la extirpación quirúrgica del tumor; varios estudios han demostrado que este tratamiento retrasa la evolución de la enfermedad. Además, la cirugía tiene un efecto beneficioso para reducir las crisis epilépticas, de modo que en algunos casos es posible retirar completamente el tratamiento antiepiléptico tras la cirugía. Por otro lado, tal y como se ha explicado antes, la cirugía es necesaria para el diagnóstico de certeza del tumor.
En el pasado se consideraba que cuando el tumor estaba localizado en una zona funcional no era posible extirparlo porque el riesgo de secuelas era demasiado alto. Sin embargo, en los últimos años ha habido importantes avances en la tecnología lo que ha aumentado de forma importante la seguridad de estas cirugías, permitiendo la extirpación segura de tumores que antes eran considerados inoperables.
La técnica de mapeo intraoperatorio es la que tiene mayor precisión para localizar las áreas de función y extirpar un tumor en un área elocuente con seguridad. Esta técnica consiste en la aplicación de un electrodo sobre el tejido cerebral durante la cirugía, lo que permite localizar milímetro a milímetro las áreas importantes para la función.
De esta manera se obtiene un mapa muy preciso de las funciones cerebrales. Una vez que se ha configurado ese mapa se puede extirpar el tumor sin dañar las áreas de función. Esta técnica permite extirpar un mayor porcentaje del tumor y reducir de forma importante el riesgo de secuelas. Para evitar dañar funciones complejas como el lenguaje o la memoria, es necesario que el paciente esté despierto durante una parte de la cirugía, durante este tiempo realiza unas tareas con el neuropsicólogo. El principio básico de este procedimiento es que si el paciente es capaz de hablar durante toda la intervención estaremos seguros de que esa función permanecerá intacta después de la cirugía. En este tipo de cirugías es fundamental la participación de un neurofisiólogo que monitoriza continuamente las funciones nerviosas y alerta al cirujano antes de que se produzca un daño en la función.
El neuronavegador es un dispositivo que contiene todos los estudios de imagen realizados (resonancia magnética, tractografía, etc.), y que utiliza un sistema de coordenadas similar a un GPS para generar imágenes en tiempo real. Este dispositivo ayuda al cirujano a localizar el tumor y las áreas de función durante la intervención. Otras ayudas tecnológicas de gran importancia durante la cirugía son el microscopio, o la fluorescencia que permiten teñir el tumor con una sustancia (5-aminolevulínico) que lo hace fluorescente.
Tras la cirugía, es frecuente que exista un empeoramiento transitorio con dificultad para hablar, leer o moverse. Estos síntomas suelen empeorar en los días posteriores a la cirugía, pero se recuperan rápidamente en las 2 semanas siguientes. Cuando estos síntomas persisten más de este tiempo es necesario empezar un programa de rehabilitación. Este tratamiento no solo se centra en la recuperación muscular sino también cognitiva (memoria, escritura, lectura, habla, etc.). Siguiendo un programa de rehabilitación y logopedia el riesgo de secuelas tras la cirugía es tan sólo del 1 al 3%.
Después de la cirugía, ¿Es necesario recibir otros tratamientos?
En los gliomas grado 2 (de bajo grado), después de la intervención normalmente no es necesario un tratamiento de radioterapia o quimioterapia, y se planifica un seguimiento con visitas en la consulta de neurocirugía y resonancias magnéticas periódicas (al principio cada 3 meses y después cada 6 meses). En caso de que el tumor vuelva a aparecer al cabo de los años, se puede plantear una nueva intervención con mapeo intraoperatorio.
Por el contrario, en los gliomas grado 3 y 4 (de alto grado) puede ser necesario un tratamiento de radioterapia y/o quimioterapia. Al igual que en la cirugía, para planificar estos tratamientos es necesario estudiar la función para asegurar que se da la máxima dosis al tumor, y se preservan las áreas de función. En este punto es fundamental la experiencia del personal, las pruebas de imagen utilizadas y el equipamiento disponible. Además de este tratamiento estándar aceptado por todos, existen muchas más opciones de tratamiento sobre las que aparecen nuevos datos cada año. Existen además nuevas vías de tratamiento en investigación, algunas ya muy avanzadas, y que están ofreciendo nuevas esperanzas para el tratamiento de los gliomas.
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